Hace ocho años emprendí un largo camino hacia el conocimiento interno, tratando de entender cómo entrar en contacto con mi subconsciente y así conectarlo con mi consciente. Estamos atrapados en un modelo de costumbres y certezas. Hay tantas cosas que desconocemos de nosotros mismos…
Lo primero que hice fue adherirme a un arquetipo que me sirviera de escenario. Elegí el nomadismo como fuente inagotable de aprendizaje a través del movimiento. El mural facilitó esta elección porque me dio la oportunidad de ganarme la vida viajando.
Ya en 2015, estaba muy metido en el arte urbano: pintaba murales y cuadros con el mismo estilo. Todo estaba funcionando muy bien: vendía mi obra e incluso hacía colaboraciones con grandes marcas. Seguía el guion a la perfección, pero algo no encajaba.
En 2017 me sentí agotado y empecé a comprender que, aun logrando abrirme camino en las artes, todo aquello no era para mí, y que había propósitos espirituales mucho más vitales que el éxito de la obra. Paré, reflexioné y abandoné todo lo que estaba haciendo.
Comprendí que buscaba algo más profundo, que la pintura era mi truco para conectar con mi espiritualidad. El proceso, entonces, fue vaciarme y reconocerme como parte de la naturaleza, viajar de ciudad en ciudad pintando murales, improvisando estudios de pintura allá donde viviera, y aprendiendo de lo ordinario y lo sublime a la vez.
Acepté la ignorancia como maestro, el vacío como lugar y la impermanencia como camino. Dejé de exponer mi obra y me dediqué exclusivamente a pintar murales que, a su vez, hicieron de mecenas para que empezara un riguroso estudio de la pintura en lienzo y papel.
Silencioso, me pasé los últimos años experimentando, descubriendo lo que pretendía con la pintura. El primer aprendizaje que me costó un poco fue saber que tenía dos intenciones simultáneas: la del mural, que dialoga desde el exterior, y la del cuadro, que dialoga desde el interior. Reconozco que tuve algo de complejo bicéfalo, pero esto ya lo superé.
Durante estos años, pinté aproximadamente 200 obras en lienzo y papel, experimenté la pintura digital y el dibujo, llegué al fondo de mi subconsciente a través de rituales chamánicos, pasé por todo tipo de situaciones que puedes encontrar en la carretera, y ahora puedo decir que logré mi objetivo.
He llegado a un lugar desde donde puedo expresarme totalmente. Entiendo el porqué de mi obra y de mi estancia en la tierra; todo está conectado, sincronizado. La soledad del nómada me negó todo tipo de costumbres y mañas. Fue allí, entonces, que pude verme y reconocerme. Hay algo salvaje en mi existencia; encuentro en lo primitivo de la naturaleza una puerta hacia el futuro.
La obra que os presento es atemporal, no retrata nada en concreto, es una acción en sí misma; algo está pasando en cada cuadro. Invito al espectador a sacar sus propias conclusiones. La técnica mixta y la viscosidad de mis pinturas son un reflejo de la cantidad de recuerdos, sentimientos y emociones que albergamos en nuestro interior: secretos, rencores y amores que celosamente guardamos en lo más íntimo, como si protegiéramos nuestro verdadero ser del juicio exterior.
¿Cómo pintar la culpa, la traición o el abandono? En mis experimentos con los enteógenos logré ver los sentimientos como volúmenes orgánicos, como el musgo del bosque: energías difíciles de figurar, mutantes. Desde esta comprensión, empecé a amar todo aquello que no se puede repetir.
En mi pintura, la acción es esencial, hay una atmósfera para que puedas divagar e interpretar libremente; que la obra haga de soporte visual al caos interno del que mira. Son lugares, a veces; intenciones, en otras, versátiles a todo tipo de relatos.
No hay mucho de qué hablar sobre la obra: se trata de sentir. Creo que el contexto desde donde busco y obro explica muy bien el ánima que represento dentro del amplio espectro de la pintura. Este año, 2025, he vuelto a exponer. Estoy seguro de lo que os cuento. Estoy en paz con la pintura y, ahora, vuelvo a estar apenas en el comienzo: eterno y nuevo comienzo.
Simbiosis trata de esto: de un estado de armonía donde las cosas suceden, se desarrollan sin la necesidad del pensamiento constante. La vida se convierte en un baile metafísico de desafíos, causalidades y encuentros. Imagínate las emociones como moho energético, sustancias amorfas que se crean en cada encuentro, a cada hecho. Como el mar o las nubes, la forma emocional no se puede repetir, cada sentimiento es único, aunque repitas la acción.
En el campo astral, la forma no es sólida y simboliza más el color que la figura. ¡Qué fantástico!, comprender que nuestras emociones son una forma única y efímera. Puede que esta conciencia nos lleve a otra comprensión de los hechos, donde algo que sentiste, un deseo e incluso un pensamiento, aunque recurrente, es único. No volverá a reproducirse, aunque vuelvas al mismo lugar o sientas algo parecido. Cada instante es único, y esto cambia totalmente las reglas del juego.
Me dedico a pintar cosas que no se pueden repetir. Partiendo del vacío, veo cómo los sentimientos nacen y se desvanecen. Mi labor es captar una instantánea emocional del momento presente: retratar un suspiro, gozo, feelings, emociones que se fusionan para formar otra cosa que llamamos singularidad.